Por: Darío Botero Pérez
Introducción
Homenaje al pueblo de Honduras, otra ficha de los planes de guerra del Imperio extendidos a Costa Rica con la invasión militar a un país sin ejército y gobernado por una funcionario de USAID, lo que lo convierte en una colonia.
Su situación recuerda al desamparado y noble Haití, víctima secular de los imperios.
De igual tenor es la invasión a siete bases colombianas, cedidas inconstitucionalmente por el dictador Álvaro Uribe Vélez, desesperado por causar una hecatombe que le permitiese perpetuarse en la presidencia.
Al no lograr su objetivo, la derecha internacional le está ofreciendo su protección al nombrarlo el secretario General de la ONU como uno de los cuatro miembros del panel investigador de los ataques sionistas a la flotilla de la libertad el 31 de mayo.
Desde luego, semejante abuso de Ban Ki Moon ha escandalizado a la humanidad decente, de modo que puede que le toque enmendarlo, pues la Corte Penal Internacional requiere al personaje como reo, de modo que es muy difícil que lo admita como juez de sus protectores sionistas interesados en justificar y excusar su reciente crimen contra la humanidad.
Mientras tanto, su vileza de lacayo desalmado e hipócrita ha suscitado la protesta de los países hermanos tanto como la tardía pero clara reacción de la Corte Constitucional colombiana. Ojalá el aristócrata Juan Manuel Santos no insista en la descabellada invasión y la Corte la declare inexequible.
Invitación a que todos nos sumemos como ciudadanos de la Aldea Global, sin cartillas ni doctrinas, guiados por la dignidad y la singularidad de cada uno en busca de las reivindicaciones comunes.
El reto universal es enterrar la Historia con sus injusticias consuetudinarias y sus sociedades jerárquicas, propensas a la guerra.
Nos corresponde reemplazarla con la Nueva Era. En ésta, la organización social es plana, libre, igualitaria y solidaria. Significa la conquista de la paz y la armonía fundadas en la vigencia de la justicia.
Falsos valores
Comencemos citando a Samuel Trigueros con frases de su texto anexo: LA MUERTE ANDA EN EL AIRE:
“… no puede refundarse la patria si a nosotros mismos no nos refundamos”
“No se puede reconstruir la casa sobre los viejos cimientos carcomidos de nuestras mezquindades, de nuestras cruzadas personales, de nuestros sectarismos, de nuestro cultivado sentido de exclusividad, privilegios personales, individualismo, vedetismo, desamor, ingenuidad (que no inocencia) o taimadez política, insolaridad y toda la podrida sombra que impide que la luz aumente su intensidad y radio hasta el horizonte que buscamos”
Este tipo de afirmaciones parecen de la misma estirpe religiosa que busca el perfeccionamiento del individuo para poder aspirar a una sociedad perfecta.
Suenan tan coherentes, falaces e inalcanzables como la sociedad libre de drogas.
Los adictos son unos malditos enfermos que curamos o exorcizamos, para que la sociedad pueda aspirar a ser buena. Mientras esas manzanas podridas existan, la podredumbre será inevitable.
De igual tenor son las críticas al egoísmo. Mientras la gente no se prive de lo propio para socorrer al prójimo, la sociedad perecerá sumida en la insolidaridad.
No se entiende que el problema no es el egoísmo sino la miopía o estrechez de miras.
Es la pequeñez del egoísmo -su deformación alimentada por la ignorancia y el fanatismo- lo que nos impide darle la mayor satisfacción posible a nuestro ego, que es lo que la naturaleza nos exige, mediante lo que llamamos instinto de conservación.
Desde luego, pretender que la gente deje de ser egoísta es impedirlo.
El afán egoísta no se calma reprimiéndolo o estigmatizándolo, sino dándole al individuo plenas garantías de que se desarrollará sin límites artificiales impuestos por egoístas más poderosos.
O sea, que la sociedad le garantiza aquello que le es indispensable a cada uno para asegurarse de que no sufrirá escasecez porque dispondrá de todo lo que necesita, de modo que no tendrá que dedicar su vida, sus energías y su astucia a acumular.
Es absurdo desperdiciarse de esa manera. La abundancia que brinda la automatización elimina la necesidad de privar a otros de lo suyo.
Semejante despojo es lo típico en las sociedades de la Historia, caracterizadas por la producción basada en el trabajo humano, lo cual la hace escasa y costosa de modo que estimula a los violentos para apropiársela mediante la fuerza.
Tal saqueo se orienta a engrandecer el ego de los potentados, a costa del de las mayorías cuyas ambiciones se califican de pecado y hasta de falta penal que la sociedad castiga.
Pero no dejarán de surgir lúcidos convencidos de que la causa de todos los males es el egoísmo. Entre esos líderes moralistas se destacan los religiosos, ávidos de diezmos.
Exprimen a sus feligreses tildándolos de egoístas, pero se lucran de las limosnas de muchos. Por eso, no es extraño ver que sus egos son voluminosos y andan en limusinas.
Razones del confesionalismo
Esta clase de deformaciones de los conceptos tienen implicaciones prácticas sumamente serias.
Pueden atribuirse a la imposición de un “pensamiento correcto” que nadie está seguro de entender cabalmente, pero que se presta para discriminaciones y persecuciones.
Las sociedades de clases acuden a esa práctica para eludir críticas y aislar opositores. Basta señalar a alguien de enemigo de la ortodoxia para descalificarlo, negándole su derecho a la libre expresión y al libre pensamiento, lo cual empobrece a la sociedad y fortalece a los déspotas que simbolizan ese presunto “pensamiento correcto”.
Pronto, hasta los más reconocidos defensores del régimen caen en la incertidumbre. Las cabezas de Danton y Robespierre son exageraciones históricas de ese triste destino de los humanos sometidos a regímenes totalitarios guiados por verdades dogmáticas.
La actitud correcta viene a ser la que logre adivinar los caprichos y el humor de quienes han acaparado el poder a nombre de una clase social o, peor aún, de un partido político que, por definición, es excluyente.
No les garantiza privilegios ni a los de su misma clase que pertenecen a otros partidos. Defiende los intereses de unos pocos a nombre y dizque en beneficio de todos. Es algo intolerable.
Libertad y ser
Esto significa que una sociedad que respete a sus miembros y busque su mayor felicidad, no puede pretender castigar el egoísmo o atribuirle las deficiencias sociales a su imperio.
Lo que queremos los humanos son sociedades donde podamos desplegar toda nuestra singularidad, que es la expresión desabrochada de nuestro ego, tan único y maravilloso.
No se trata de buscar que todos piensen correctamente, que las ideas imperantes sean compartidas por todos; que domine el unanimismo.
Lo que permite que la sociedad progrese es el debate, la confrontación, el examen minucioso y despiadado de las propuestas, independientemente de quien sea su autor.
Una vez sometidas a ese estricto examen, pueden ganarse el derecho a ser compartidas y defendidas por quienes las entendieron.
Si las mayorías las consideran saludables para la sociedad, pues las adoptan, pero no se niegan a revisarlas permanentemente, porque nada impide que surjan críticas que permitan mejorarlas o desecharlas.
Desde luego, no serán los caprichos de los poderosos los que determinarán su validez ni su adopción o rechazo por la sociedad.
Razones de la Nueva Era
Este es el tipo de sociedades que nos brinda la Nueva Era, donde todos valemos por lo que somos, por el mero hecho de existir.
En ella desaparece la falta de recursos que impide el desarrollo de tantos talentos individuales lo mismo que la satisfacción de sus gustos y sus caprichos. Se caracteriza por la producción automatizada, robotizada, incansable, gratuita, en últimas.
Por eso, la ruptura con la Historia es objetiva. No obedece a un capricho ni a una genialidad de nadie, ni corresponde a la propuesta de un partido político o de una clase social.
Surge del desarrollo vertiginoso de las fuerzas productivas, que desborda el molde impuesto por el modo de producción caduco, actualmente denotado por un consumismo irracional y criminal que todavía hay quienes consideran un ideal digno de alcanzar.
Pero tan asombrosas promesas son una conquista de la humanidad que tenemos que apropiarnos y materializar para no perecer con el “viejo régimen”. O sea, para no desaparecer con la Historia y sus potentados.
La condición humana supera la ocasional pertenencia a una clase social, de modo que no podemos seguir reprimiendo a algunos porque no piensan como nosotros, o porque sus vivencias, sus gustos y sus ideas nos son ajenos y, posiblemente, despreciables.
Si nos molesta lo que piensan, pues digamos por qué; rebatámoslos. De pronto se nos abre el cerebro y aprendemos algo que ni se nos ocurría. O logramos que sean los contradictores quienes caigan en cuenta de sus errores.
Pero para eso se necesita una mente abierta, lo cual es muy difícil de hallar en los regímenes totalitarios guiados por un pensamiento oficial de carácter único, y dispuestos a reprimir a quienes los contradigan.
No tienen argumentos para vencerlos, pero sí disponen de suficiente fuerza bruta para callarlos.
En resumen, el unanimismo ideológico y la descalificación de los contradictores -si no se someten al pensamiento oficial que posa de mayoritario porque los ciudadanos temen confrontarlo, prefiriendo disfrutar las ventajas que se derivan de apoyarlo-, atentan contra el progreso y la posibilidad de construir sociedades respetuosas de los fueros individuales de las expresiones de la vida.
En cambio, las sociedades planas u horizontales de la Nueva Era no le reconocen superioridades políticas ni sociales a nadie.
Su fundamento y razón de existir es el respeto para todos, al amparo de su igualdad esencial y su singularidad natural. Fomenta y se enriquece con la diversidad.
Es una etapa de libertad auténtica, que supera definitivamente la esclavitud y la servidumbre asignadas por la Historia a las mayorías.
Por eso, busca confrontar todas las ideas. No teme burlarse de ellas, si la capacidad argumentativa no da para más. O adoptarlas, si su rigor, solidez y buenos auspicios lo ameritan.
De ninguna manera, el unanimismo, el dogmatismo y la represión pueden ser defendidos como expresión de algún progreso de la especie humana, de modo que tenemos que denunciar sus errores, aunque corramos el riesgo de ser tachados de enemigos del régimen.
Alternativas civilizadas
Es preferible ser amigo de la humanidad, de modo que podamos comportarnos como humanos, llenos de defectos que podemos convertir en virtudes si el ambiente social no lo impide.
Además, “defectos” y “virtudes” son conceptos subjetivos que pretenden pasar como categorías válidas. Sin embargo, lo que en unos se considera virtud para otros se tacha de defecto.
Objetivamente, entonces, no son más que características naturales independientes de éticas y moralismos tortuosos.
Tenemos que superar lo que denuncia Trigueros: “que nos falta arrojo para herir al tirano; pero nos sobran piedras para lapidar al hermano”.
Percatémonos de que tiranos son todos los potentados y que -como a los petroleros de la BP por la herida abierta en el Golfo de México- nos sobran piedras para lapidarlos y lapidar todos los pozos anacrónicos que los petroleros proyectan seguir explotando hasta agotarlos, mientras esconden y sabotean las soluciones basadas en baterías eléctricas, hidrógeno liquido y hasta agua.
Estas soluciones maravillosas ya han sido probadas amplia y satisfactoriamente en vehículos, y pueden adaptarse para los hogares y las empresas inmediatamente, resolviendo problemas que el consumismo considera insolubles, como la escasez de combustibles y agua en zonas desérticas.
Y es urgente hacerlo porque la humanidad, la Tierra, la atmósfera y el mar no aguantan más explotación, depredación, contaminación y derroche irracional.¡La vida lo exige y la humanidad sana lo puede lograr!
En cuanto a los privilegios de los que han ocupado las cúpulas sociales, la idea no es rechazarlos ni abominarlos -a no ser que sean nocivos, como la cacería- sino extenderlos a todos. Y es algo factible en la Nueva Era.
Desde luego, se rechazarán totalmente el derroche y el desperdicio propios del consumismo, que han convertido el mundo en un basurero para satisfacer los bajos instintos que fundamentan la importancia del individuo no en el ser para aportar sino en el tener para humillar.
Asumirnos como individuos dignos
Enceguecidas por un ego extremo y degenerado, basado en una ambición desmedida e irracional que es puro miedo, esas lacras típicas de la Historia sobresalen por lo que poseen, generalmente fruto de saqueos y despojos a los débiles; pero, de ninguna manera, se caracterizan por su talento, inteligencia y creatividad.
Para progresar con esperanzas de futuro, la condición indispensable es quitarles a tales privilegiados el derecho a dirigir el destino común, pues éste sólo lo puede determinar la humanidad misma, que ya es capaz de expresarse sin necesidad de intermediarios.
Toca vencer los miedos y atreverse a cuestionar cualquier idea, independientemente de quien la haya expresado, así sea original del gran caudillo, lo cual la haría incuestionable para todos los lagartos que viven a la sombra del poder.
Lo que se busca es que todos vivamos como dioses, disfrutando los privilegios que sólo han estado al alcance de unos pocos en las sociedades de clases que han dominado en la Historia.
Si no somos capaces de confrontarlos, difícilmente podremos alegar que estamos en una sociedad avanzada que merezca ser imitada por el resto de la humanidad para hallar las vías de la realización colectiva, que significa la plenitud para cada uno.
Digámoslo en voz alta. Quien lo impida es el enemigo. Su actitud lo retrata como un ser involucionado, incapaz de trascender la Historia y contribuir al advenimiento de la Nueva Era. No importa que tenga poder para matar y reprimir. Su tiempo ya pasó y sus métodos han caducado. Pertenecen a un pasado deplorable que de ninguna manera podemos permitirnos reeditar.
Pronto lo desbordará la realidad, pues el asombroso desarrollo de las fuerzas productivas no es un capricho; es una conquista de la especie, que todos sus integrantes podremos disfrutar, si demostramos que lo merecemos porque somos mansos y dignos.
O sea, los canallas potentados están auto excluidos de la sociedad armoniosa posterior al consumismo.
En ésta, todos somos reconocidos como esencial y legalmente iguales en derechos, lo cual permite que todos podamos cultivar nuestra singularidad, que es única, naturalmente.
El reconocimiento de ambas condiciones (igualdad y singularidad) permite el máximo desarrollo de los egos y su mejor aporte a la humanidad.
Por sí mismas significan que el crimen desaparece, pues es difícil que lo mejor que un ser humano pueda aportar sea el asesinato.
Aunque es lo que la Historia les ha exigido e impuesto a las mayorías oprimidas y empobrecidas. De ahí que sus grandes héroes no pasen de ser, generalmente, asesinos despiadados e inescrupulosos.
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