Talibanes Unios....

jueves, 30 de septiembre de 2010

De usuras y sapos

Por: Darío Botero Pérez

Las aterradoras consecuencias del mal gobierno son clásicas. Aunque sus canalladas siguen, no son recientes. Conocer algunos antecedentes sirve para orientarnos en este mundo de impostores, que todo lo tergiversan para mantener a algunos privilegiados, enemigos de la humanidad y de la vida.

El recurso a los sapos (“malsines”) y a los usureros, ha sido una constante histórica para los regímenes autocráticos. Por fortuna, ni sapos ni usureros (por sionistas que sean) son necesarios para que la humanidad pueda desplegar sus talentos e imponer una forma decente de vivir, respetuosa de la naturaleza.

Sobre la posibilidad de superar a los banqueros privados, acatando las propuestas de Mauricio Rivadeneira Marín en su libro “Herejía Económica”, y de quienes piensan parecido, transcribo un texto interesante sobre la inquisición, que nos da luces sobre nuestro pasado y los fanáticos enemigos de la vida que lo aprovecharon para disfrutar privilegios insoportables, pues se garantizaban a costa del bienestar de las mayorías.

Ahora, la vida nos ofrece la oportunidad de enmendar la plana o presenciar la hecatombe definitiva. La conciencia de cada uno es su guía, no las promesas de ningún politiquero o de algún Mesías.

Confío en que el texto que adjunto estimule las inteligencias de los seres dignos que comparten la divinidad como un atributo intrínseco a cada ser vivo.

En particular, la oportunidad para Haití, si los ciudadanos se organizan, es muy interesante, pues es una economía que requiere el aceite del dinero para funcionar. Y lo más sano sería que la sociedad recupere el monopolio financiero ara facilitarles la vida a quienes prefieren la producción a la especulación; la economía real a la dictadura de los zánganos privilegiados con los monopolios públicos, lo cual les garantiza inmensas fortunas provenientes de la usura o de los abusos contra la ciudadanía, como ocurre con los negociantes de la salud, que tanto le deben a Uribe Vélez.

Sobre este excelente domador de caballos, es bueno conocer el papel desestabilizador de los malsines (o sapos), para evaluar el aterrador futuro que nos espera si reelegimos a los defensores de la trilogía uribista.

Tal trípode ideológico desconoce la Constitución. Pretende reemplazarla por la “Seguridad Democrática”, la “Confianza Inversionista” y la “Cohesión Social”. Ellas son fórmulas que rompen el Estrado Social de Derecho que no dimos los colombianos con la Constitución de 1991 . Se tata del único “Contrato Social” legítimo en Colombia, por lo menos desde la Constitución de Rionegro, que tanto progreso trajo para el pueblo trabajador, pero que las oligarquías desbarataron mediante la imposición de la aristocrática constitución impuesta por Rafael Núñez en 1886.


AMÉRICO CASTRO. ESPAÑA EN SU HISTORIA Cristianos, moros y judíos.

“Robar «usque ad ultimum», según ya dijo Hernando del Pulgar, y ha hecho siempre todo poder totalitario y desenfrenado”

Américo Castro

“La forma insensata de la vida española durante la Edad Media comenzaba a rendir frutos de insensatez. El judío vivió como un pulpo sobre el villanaje -bravo en la pelea e inepto para lo demás-, y aliviando de sus cuidados a los grandes señores. Muy pocos entre éstos tenían conciencia de su responsabilidad, y lo pone de relieve un hecho que, de haber tenido imitadores, habría variado el curso de la historia. Merecido prestigio rodeaba en el siglo xv a la familia de los condes de Raro. Uno de ellos, don Pedro Fernández de Velasco,

como en algunas villas suyas oviese muchos judíos, e con los logros ['la usura'] le pareciese aquello enprovecer ['empobrecer'], mandó so graves penas ninguno fuese osado de dar a logro. E como algún tiempo esto durase, los vasallos se quexaron a él, diziendo que mucho mayor daño recibían en no fallar dineros a logro ni en otra manera, como ya ['siendo así que'], no los fallando, les convenía vender sus ganados e lanas e pan ['trigo'] e otras cosas adelantado; e por ende le suplicavan que diese libertad a quel logro se diese. El conde, queriendo en esto remediar, mandó poner tres arcas, en Medina de Fumar, y en Berrera, y en Villadiego, poniendo en cada una de ellas dozientos mil maravedís, y en los alfolíes ['trojes o paneras'] de cada una destas villas, dos mill fanegas de trigo; mandando dar las llaves de lo ya dicho a cuatro regidores ...mandándoles que qualquier vasallo suyo que menester oviese dineros o pan, fasta en cierto número, dando prendas o fianças, le fuese prestado por un año. Con lo qual conservó tanto los vezinos de aquellas villas, que todos vivieron fuera de necesidad. Cosa fue por cierto ésta de muy católico e prudente varón, e muy dina de memoria.153


El conde de Haro fundó, sencillamente, el primer banco de crédito agrícola en España, e hizo la usura de los judíos tan innecesaria para los villanos como para los señores. En instituciones así radicaba la posibilidad de normalizar la economía pública, y de hacer de los hebreos elementos útiles y no indispensables -pulpos que ahogaban al pueblo y eran luego, a su vez, estrujados por el rey y sus nobles-. La solución inteligente del conde de Haro ( de la que no sé más por mi falta de fuentes históricas) quedó aislada, como un testimonio de la virtud nobiliaria en el siglo XV , quizá la única época, según ya he dicho, en que la nobleza de Castilla se sintió acuciada por sus deberes como señores de gentes y de tierras.

Mas los estímulos que predominaron fueron otros, y el habitante rudo de los campos y las villas se abalanzó, falto de tarea inteligente y de guía, sobre el judío muy superior a él en eficacia humana. Enloquecidos de terror, los hebreos cambiaban de religión para salvar sus vidas y sus fortunas, pero seguían haciendo lo mismo que antes. Eran privados, médicos y embajadores de los reyes; administradores de rentas y finanzas, comerciantes y artesanos; teólogos y escritores; obispos y cardenales como antes eran rabinos. Fueron conversos en el siglo XV dos obispos de Burgos, el de Coria y el cardenal de San Sixto, y muchos otros. Los había en los cabildos catedrales, lo mismo que en los conventos de frailes y de monjas. Entre tanto, los cristianos viejos y los nuevos venían a las manos en Andalucía y otras partes. Un gran aristócrata como don Alonso de Aguilar intentó atajar en su ciudad de Córdoba los desmanes contra los conversos, lo mismo que en 1391 el hijo del rey de Aragón trató en vano de imponer respeto a las turbas que asaltaban la judería de Valencia. Pero en Córdoba, «sin vergüenza e acatamiento de don Alonso comenzó el robo, y allí se hizo muy gran pelea, e fueron tiradas por los del pueblo muchas piedras a don Alonso, de tal manera que se ovo de retraer a la fortaleza»154 Poco después, en 1473, fue asesinado en Jaén el condestable Miguel Lucas de Iranzo por favorecer a los conversos. Algunos de entre ellos, al amparo de su nueva creencia, atacaban según hemos visto a los hebreos, fueran o no conversos, con una vileza igual a su miedo y a su ambición. Los judíos, por su parte, denunciaban como represalia a los conversos, y España se ahogaba en una atmósfera de espionaje y contraespionaje. Mas la cristiandad española, con aquellas obligadas conversiones recibía, también, los gérmenes preciosos de un Fernando de Rojas, de un fray Luis de León y de muchos otros, cuyas obras serían impensables fuera de la zona angustiada en que el destino los colocó.155 Pero muchos otros venenos, ante todo la siniestra novedad de la Inquisición, se deslizaron al mismo tiempo en la vida española. En éste como en tantos otros casos la historia ha gastado el tiempo en justificar o en maldecir la lnquisición, sin empezar por maravillarse de que una enormidad tan monstruosa e insólita llegara a ser posible. Tres siglos y medio de lnquisición hacen creer que el español segregó naturalmente el Santo Oficio, porque era fanático, como el opio en la comedia de Moliere hacía dormir, «quia habet virtutem dormitivam». Pero al español desprevenido -como dice Mariana-, le cayó aquello como «una servidumbre gravísima y a par de muerte». Hernando del Pulgar, que gozaba de la intimidad de los Reyes Católicos, dice en una de sus cartas impresa en 1486, a propósito de los desmanes cometidos en el pueblo de Fuensalida: «como aquellos cibdadanos [de Toledo] son grandes inquisidores.de la fe, dad qué herejías fallaron en los bienes de los labradores de Fuensalida, que toda la robaron usque ad ultimum» (letra XXV).

Tardó España muchos años en habituarse a respirar el aire enrarecido que le había legado la tradición judaica, y ya veremos (p. .597) que a fines del siglo XVI todavía se protestaba contra la barbarie inquisitorial. Desde siglos atrás se usaba en las juderías como un arma traicionera el herem o excomunión, con una amplitud e intensidad desconocidas en la sociedad bastante laxa de los cristianos de Castilla. Para conseguir la comparecencia de testigos desconocidos, se lanzaba a los vientos el rayo del herem, y así era posible seguir las huellas invisibles del malsín y exonerar de culpa a las víctimas de sus calumnias156 El Bet Din (literalmente 'la casa de la ley', el tribunal), perseguía severamente al infractor de la ley moral o religiosa de acuerdo con el precepto «alejaréis al malvado de entre vosotros». Faltar a un juramento se castigaba con azotes, por no haber límite entre el pecado y el delito. La excomunión de «participantes» ( que aislaba a la víctima como a un apestado) caía, por ejemplo, sobre los defraudadores del fisco, con lo cual nadie podía hablarles ni ayudarles en nada. La mezcla de la religión con la vida civil, propia de las aljamas, pasaría luego a la sociedad de los siglos XVI y XVII, cuyo catolicismo, estrecho y asfixiante, se diferencia tanto del de la Europa coetánea como del de la España medieval. Percibimos ahora el remoto origen de las burlas de Quevedo en El buscón, cuando Pablos amenaza con delatar a la lnquisición a la mujer que ha llamado «pío, pío» a las gallinas, por ser Pío nombre de papas: «no puedo dejar de dar parte a la Inquisición, porque si no, estaré descomulgado». Los ex-rabinos que, en el siglo XV, planearon el Santo Oficio, lo concibieron como un Bet Din, lleno de crueles y minuciosas triquiñuelas, de delaciones y de secretos. El hábito de la mutua rapiña que presidió a las relaciones de judíos y cristianos durante varios siglos, halló natural desagüe en la Inquisición-Bet Din. Robar «usque ad ultimum», según ya dijo Hernando del Pulgar, y ha hecho siempre --todo poder totalitario y desenfrenado.157”

157. Se hallarán abundantes textos acerca de los rnalsines en Baer, I (ver las referencias de la p. 1.165). Como muestra, he aquí algún ejemplo. Pedro IV de Aragón, en 1383, autorizó a la aljama de Mallorca a proceder contra los malsines: a «tolre lurs membre o membres o dar mort ..., ab proces o sens proces, ab testimonis o sens testimonis, sino solament ab indicis ...segons qualsevulla sentencia o glosa de doctor o doctors, savi o savis juheus, que sobre lo dit fet haien parlat et ordonat». Si lo matan, deben dar al rey «deIs diners de la dita aliama setanta reyals d'or» por medio del bailío o del procurador real (Baer, I, p. 538). En tiempo del rey don Martín (1400), por la ejecución del malsín pagaba la aljama de Barcelona mil sueldos jaqueses (ibid., I, 764). Sobre la excomunión (herem, aladma, alatma, niduy, nitui) ver los textos en Baer, s. v. Bann, I, 1.161; II, 587. Herem y niduy son palabras hebreas; aladma deriva de άνάθημα y «pertenece al antiguo fondo helénico del léxico romance de los judíos», según Y. Malkiel, «Antiguo judeo-aragonés, aladma, alalma, 'excomunión»., RFH, VIII (1946), pp. 136-141. A los ejemplos aportados por el autor, que ocurren todos en documentos navarro-aragoneses, puede agregarse el siguiente del Libro de los fueros de Castilla, ed. Galo Sánchez, § 217: «Et el vedín [ = albedín, albedino, 'alcalde o juez en la sinagoga'] non deve fazer dar aladma ['excomunión'] en los judíos en la sinagoga por que diga quién vio tal cosa, si él no les fiso testigos. ..Et si el merino demandare aladma que den los judíos, e quel digan los ladrones, non ge la deven dar». (texto también en Baer, II, 36). El calumniar del malsín y el denunciar bajo la amenaza de excomunión hacían vivir la aljama bajo el terror del chisme; la opinión y el qué dirán creaban una atmósfera asfixiante y una forma de vida. Esa forma de vida pasó a la España de los siglos XVI y XVII, en donde el malsín, en enlace con el Santo Oficio, se volvió un personaje temible. La segunda parte del Lazarillo de Tormes, de J. de Luna (1620) habla de aquel «taimado ventero» que denunció a unos huéspedes a los inquisidores acusándolos de haber hablado «contra los oficiales de la santa Inquisición, crimen irreparable» (cap. 12); «todos tiemblan cuando oyen estos nombres, inquisidor e inquisición, más que las hojas del árbol con el blando céfiro» (prólogo).

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