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jueves, 30 de septiembre de 2010

HAITÍ, CUNA DE LIBERTAD

Por: Darío Botero Pérez

Originalmente, el artículo anexo de Eduardo Galeano, “La maldición blanca”, fue publicado en 2004, luego del segundo golpe a Aristide y cuando se celebraban 200 años de abolición de la esclavitud por la isla de la libertad.
Su vigencia es obvia. Las lecciones del digno y despreciado y oprimido pueblo son nuestras guías, ahora, como lo fueron de Bolívar en su momento. A nosotros nos toca ser más fieles a sus enseñanzas que el afamado “Libertador”.
El reciente terremoto constituye una campanada para un mundo al borde del abismo y que requiere cambiar todos los paradigmas sociales, todas las reglas de convivencia, todas las instituciones jerárquicas y opresivas.
Sin duda, el destino ha signado a Haití como faro para la humanidad.
Su aterradora realidad, fruto del castigo a la que ha sido sometido por su dignidad, es la oportunidad para reinventar una sociedad que sirva de ejemplo para la humanidad.
La Nueva Era requiere su magisterio.
Una decisión fundamental y sabia será la abolición del monopolio financiero privado. Es posible, y decisivo para superar las sociedades consumistas y autocráticas que nos tienen agobiados y al borde de la extinción, en todo el mundo.
Abonándole a las ideas expuestas por Mauricio Rivadeneira, cuyo libro “Herejía Económica” anexé al texto “Herejías, Haití y sionismo”; en esta ocasión agrego al texto de Galeano unas citas sobre la Inquisición española que recoge una experiencia de una especie de banco agrario gratuito exitoso. (Anexo “De usuras y sapos”)
Tan real como silenciada por sus efectos sobre los parásitos sociales que hacen parte de los potentados depredadores, enemigos de la vida; la experiencia reseñada refuerza la propuesta de eliminar la intermediación privada en el suministro del dinero necesario para que las sociedades mercantiles funcionen sin traumas ni obstáculos perversos, ajenos a una economía sana y legítima.

La intermediación de los banqueros es tan perversa como injustificada. Su papel histórico ya ha caducado. Pero no van a ser ellos quienes renuncien a sus privilegios. Es cuestión de la humanidad llamarlos a que rindan cuentas por sus canalladas, en vez de permitirles que se recuperen de la crisis.
Si somos dignos, lo lograremos. Nos desharemos de esos cánceres sociales que, al lado de militares, clérigos y felones de toda calaña, han campeado en la Historia, como parte de sus aberraciones y anuncio de su caducidad. No tienen ninguna cabida en la Nueva Era.

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