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jueves, 30 de septiembre de 2010

Indígenas de Cambalache subsisten en medio de innumerables necesidade

**Su mayor dificultad es adaptarse a convivir en el mundo criollo, para lo cual no están preparados. Su hábitat natural fue destruido y no gozan de atención por parte de las autoridades

“Y conocen el hambre y la muerte de cerca, saben más de la vida de lo que te parezca, y caminan descalzos con sus callos de asfalto (…) y se ganan la vida hurgando entre la basura”, tal y como dice la canción del conocido cantautor venezolano Franco De Vita, es la cruda realidad que se vive en la comunidad indígena de Cambalache.

En este lugar viven aproximadamente 300 indígenas de la etnia Warao, muchos de estos de manera provisional, debido a que vienen desde Delta Amacuro hasta Ciudad Guayana a trabajar en el vertedero de Cambalache, el único lugar que hasta ahora les da “ingresos” con los que puedan satisfacer sus necesidades más elementales, en este caso: La alimentación.

El sacerdote Wilhelmus Van Zeeland conocido en la comunidad como “Guillermo”, es una de las personas que durante 12 años ha conocido la problemática que se vive en la zona, conoce de cerca todas y cada una de las necesidades de los indígenas y aunque no es venezolano de nacimiento valora y admira la cultura e historia del indígena.

11 años de ayuda
Este religioso, próximo a cumplir 40 años de sacerdocio, comenta que desde el año 1999 llegó a Cambalache y desde ese entonces ha iniciado una lucha para mejorar la calidad de vida de las personas que allí residen.
Considera que no ha sido fácil, pues ha tenido que toparse con una serie de factores que han retrasado la tarea, pero que no la han vuelto imposible, tal es el caso de la lengua, la muerte de muchos de ellos, la inseguridad, la diferencia de cultura, entre otros.

Van Zeeland señala que no pertenece a ninguna parroquia en sí, pues es partidario de otro tipo de sacerdocio, donde ayudar al prójimo, es el mejor ejemplo que se puede seguir de Cristo, quizás esta forma de servir lo ha llevado a ser merecedor de respeto y admiración por los Waraos que hacen vida en Cambalache.

Dádivas
En la zona existen muy pocos servicios, los planes del gobierno difícilmente llegan a esta zona, excepto por algunas viviendas que fueron construidas gracias a la capacitación de la CVG, las cuales no han sido suficientes para el grupo de personas que allí residen y una que otra jornada de atención que afirman haber recibido, en especial en épocas electorales.
En la zona hay una pequeña escuela donde los infantes reciben clases de castellano, entre otras cátedras, la misma no goza de los servicios necesarios para atender la demanda del lugar, sin embargo esto no ha sido obstáculo para que los pequeños muestren su deseo de aprender.
El sacerdote afirma que el principal problema que presentan los indígenas es la falta de alimento, “un día van al basurero, venden lo que consiguen, compran comida y dieron solución a esta necesidad, en otras oportunidades van al río y pescan, pero eso no es constante, es por temporadas, muchas otras pasan hambre, no cuentan con alimentos suficientes y mucho menos con herramientas de trabajo que los hagan valerse por si solos”.

Invadieron su espacio
Para Van Zeeland es un problema que va mucho más allá, considerando que son personas con otra cultura, con otra forma de pensar muy diferente a la del criollo. “Muchos de ellos fueron sacados de su hábitat por intereses económicos de otras personas, sin importar el daño que le causaban, la mayor dificultad que tienen es vivir en un mundo criollo para que el que están preparados, pero aún así hacen el intento, emprenden un largo viaje desde el Delta por el río, en el que muchos mueren a causa de la deshidratación, he visto como llegan niños y adultos muertos en la canoa en la que han tenido que remar por largas horas”, comentó.

Este sacerdote es el que hasta ahora se encarga de trasladar a los enfermos a los centros asistenciales de la ciudad, así como a los que tienen alguna otra necesidad, pero manifiesta sentir tristeza o tal vez impotencia, por la forma en que tratan al indígena en la ciudad.

“Anécdotas hay muchas, que no los dejan entrar a ciertos establecimientos, malos tratos, discriminación, explotación, entre otros, pero lo que los criollos no saben es que los indígenas son personas dignas, iguales a cualquier otro ser humano y que no pueden seguir siendo tratados como una basura”, señaló.

Desprotegidos
No hace falta indagar mucho en el lugar para darse cuenta de la triste realidad en la que viven estas personas, muchos enfermos, mujeres con varios hijos, sin alimentos, ni trabajo, ni beneficios, con servicios deficientes y cuya única protección es la tela o lona de la que está hecha la pequeña barraca donde viven.
Estos indígenas han sido olvidados por las autoridades, puesto que las pocas veces que un gobernante ha acudido al sector ha sido para llevar promesas que nunca han logrado materializarse, eso crea una expectativa en ellos, los mantienen llenos de esperanza, a la espera de algo que posiblemente no se cumplirá.
El padre Guillermo afirma que en una oportunidad se unieron varias instituciones como la CVG, la Alcaldía, la Gobernación, algunas empresas básicas, entre otros, las cuales se comprometieron en entregar un terreno en el asentamiento campesino La Ceiba, en el que aportarían herramientas para que los indígenas salieran adelante y no tuvieran que depender más del basurero, pero esto nunca se concretó.
Sin embargo, afirma que más allá de dádivas, lo que hace falta “es mayor humanidad, que se le de el valor que merece, que se les trate como los seres humano que son, en vez de tenerlos excluidos, dependiendo de la basura para poder sobrevivir, que se les de atención médica, puesto que existen muchas enfermedades de toda índole en la zona.
Hasta ahora el padre Guillermo ha venido realizando una serie de actividades para el rescate y valoración de esta etnia, la defiende a capa y espada y lucha por que día a día sean atendidos como merecen, sin embargo entre las funciones de las autoridades está el velar por el cumplimiento de los derechos de todo ser humano y el indígena no tiene porque estar exento de ello.

Dos opciones
Llegan desde varias parte de Delta Amacuro en busca de nuevas oportunidades, pero se encuentran en un mundo totalmente diferente, donde hurgar entre la basura es el único oficio en el que logran conseguir dinero, no tienen alimentos, carecen de herramientas de trabajo, algunos sólo hablan Warao, no tienen cultura de ahorro y mucho menos para la venta, por lo que en algunos de los casos son explotados en el vertedero de basura de Cambalache.
Vienen cargados de esperanzas, pero muchos de ellos ni siquiera logran bajar de la embarcación en la que emprendieron el viaje, pues mueren en el intento.
Algunos regresan a su hábitat natural, pero constantemente vuelven a la ciudad con dos opciones: buscar comida o morir de hambre, por lo que pasan la noche en el basurero, rodeados de insalubridad y animales en busca de materiales que a la salida del vertedero puedan vender.

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