Por: Ramón Yánez
En los procesos sociales, donde están planteados cambios de estructuras, la crítica juega un papel fundamental, aunque pareciera que esto es difícil de entender a quienes en algunos casos tienen en sus manos llevar adelante esos procesos.
No hay peor enemigo para un proceso revolucionario que el virus de la infalibilidad de quienes tienen bajo su responsabilidad materializarlo. La crítica abierta, nutrida de claridad política e ideológica, no daña; al contrario, fortalece si ella es tomada en cuenta con humildad revolucionaria, si se debate sin prejuicios, si nos despojamos de las descalificaciones para enfrentarla. Uno de los ejemplos de esta verdad, es lo ocurrido en la Unión Soviética: el primer país donde por setenta años se trabajaba por construir el socialismo; pero, a pesar de los grandes logros en el plano económi-social y de la influencia que para lucha de los pueblos por su liberación tuvo este proceso, su dirigencia se burocratizó, se encerró en su “sabiduría” y desestimó la crítica y, en algunos casos (como el “stalinismo”) se persiguió con saña .
La crítica tiene dos modalidades: la que hace el adversario, basada por lo general en la mentira y las deformaciones, la cual debe enfrentarse con la verdad bien divulgada en las masas y la otra es la crítica revolucionaria que debe ser respondida con el debate revolucionario, dentro la clásica premisa de la crítica y autocrítica, con la finalidad de enmendar los errores y avanzar, fortaleciendo el nivel político e ideológico.
Sin crítica y autocrítica, sin debate interno y sin la incorporación de las masas a esta práctica es muy difícil que avancen los procesos revolucionarios, sino que se anquilosan, envejecen antes de tiempo y terminan por autodestruirse, cuestión de lo que están permanentemente pendientes y estimulan con sus quintacolumnas los verdaderos enemigos.
http://www.aporrea.org/ideologia/a95486.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario