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jueves, 30 de septiembre de 2010

UTOPÍA - CONTRA-UTOPÍA - THOMAS MORE - PENSAMIENTO UTÓPICO CLÁSICO

Utopía y contra-utopía en Occidente*

Guía del Mundo

Thomas More dio a publicidad en 1516 -su presunta visita a una isla paradisíaca llamada Utopía- terminó dando el nombre a toda una problemática que desde el siglo XIX, con el socialismo y hasta nuestros días, se constituyó en cuestión clave de la política, de la imaginación, del destino de las sociedades occidental

Mucho antes de la crisis terminal del bloque socialista (el llamado "socialismo real") y de la euforia capitalista del fin del siglo, las visiones utópicas plantearon las esperanzas y los sueños del optimismo filosófico y tecnológico, pero sus contracaras negativas plantearon también las dificultades, las nuevas pesadillas, y cuestionaron la idea de progreso lineal e indefinido común a liberales y socialistas

El relato que Thomas More dio a publicidad en 1516 -su presunta visita a una isla paradisíaca llamada Utopía- terminó dando el nombre a toda una problemática que desde el siglo XIX, con el socialismo y hasta nuestros días, se constituyó en cuestión clave de la política, de la imaginación, del destino de las sociedades occidentales. More tuvo la sagacidad de denominar "u-topía" (ninguna parte, en griego), el destino de su supuesta visita, con lo cual puso al descubierto su intención política; presentar lo que él valoraba como bueno, y que, por no existir, se resignificaba como una crítica a la realidad entonces existente.

La sociedad perfecta de Platón

El pensamiento utópico no es nuevo ni en la literatura ni en la política. Ya Platón hizo con La República (s. IV A.C.) la presentación de una sociedad que él definía como perfecta. No será la única expresión utópica en el mundo griego. Pero al lado de tales construcciones, afirmativas, serias, ya en el mundo griego podemos observar un tipo de contra-utopía: Aristófanes legará algunos relatos burlones que no hacen sino parodiar las utopías de su época.

En el siglo VI D.C., el irlandés Brendan nos legará el relato de su viaje a una sociedad perfecta que resultará el paraíso, con "catedrales de cristal". Tales relatos aparecerán más o menos intermitentemente, en todas las épocas.

En el Renacimiento, amén de la ya citada Utopía surgirán muchas otras que son, en rigor, proyectos políticos, religiosos, sociales, como Ciudad del sol, de Tommasso Campanella, escrita a principios del s. XVII o La nueva Atlántida de Francis Bacon, de 1624. También en este período aparece una contra-utopía, la que echa por tierra con todos los preceptos; el Aristófanes del Renacimiento será François Rabelais, con su Abadía de Thelema, con telemitas que viven sin relojes, sin obligaciones, sin leyes.

Utopía deseable e indeseable

El pensamiento utópico clásico ha tenido dos características dominantes: 1) la definición de la utopía como algo deseable, como objetivo digno de alcanzar -o de acercarse a él tanto como sea posible- y 2) el mundo allí descrito es un mundo perfecto, sin mácula, regido por una extraordinaria fronda de leyes justísimas, que lo convierte en un mundo de altísima regimentación, regulado hasta en sus menores detalles, y por ello carente de las más mínimas nociones o expresiones de libertad.

"Hay cincuenta y cuatro ciudades en la isla (de Utopía), todas grandes y bien construidas; las costumbres, leyes y modos de vida son iguales en todas ella. Las ciudades de Utopía son tan parecidas en cuanto a disposición y aspecto como lo permite el terreno.

Si alguien abandona la ciudad y se le encuentra fuera de ella, sin la autorización necesaria para viajar, es tratado con gran severidad, castigado como fugitivo y enviado a su casa con la humillación consiguiente. Si llegara a reincidir en la misma falta, sería condenado a la esclavitud.

La esclavitud es en Utopía el castigo que merece todo crimen, aun los mayores; porque además de no ser menos terrible que la muerte para los condenados a ella, también creen los utópicos que mantenerlos en un estado de servidumbre es más beneficioso para el Estado (...)".

Los pasajes transcritos dan la idea de la finalidad del proyecto de Moro en particular y también del plan utópico en general: altamente racionalista, funcionalista, pero divorciado de toda noción de libertad o autonomía individuales. Hay sin embargo, excepciones; utopías en donde el espíritu de control y geometría no ha entrado y que se presentan como cantos a la vida no regimentada, como, por ejemplo: Noticias de ninguna parte (que es el nombre con que se conoce la obra de William Morris, de 1891, aunque bien pudiera titularse Noticias de aquí y ahora, puesto que en inglés ambos títulos se escriben con la misma sucesión de letras, sólo que silabeadas de otro modo: News of no where; News of now, here.)

De todos modos, antiindividualistas o individualistas, archirregimentadas o libertarias, podemos calificar a todas estas manifestaciones como utopías positivas.
La literatura utópica, como género, se cruza con el de ficción científica o ciencia-ficción. Y el ejemplo tal vez más representativo de este cruzamiento es Herbert G. Wells con Una utopía moderna (1905) u Hombres como dioses (1923).

Sin embargo, en sus expresiones más puras se los puede distinguir: por ejemplo, Julio Verne, uno de los precursores de la ciencia ficción -dedicado a la construcción literaria tomando por base el desarrollo científico- y el utopista Edward Bellamy en su 2000 -que se apoya en el desarrollo científico para construir todo un modelo de sociedad.

Las utopías peligrosas

A partir de 1920 -con excepciones anteriores- el pensamiento utópico sufre una inflexión reveladora y se ramifica, por así decirlo, con el surgimiento de descripciones utópicas que, a diferencia de las anteriores, describen una utopía consumada, pero que en lugar de constituir un universo deseable, se nos presenta como una pesadilla invivible.

El ruso Eugeny Zamyatin, con su Nosotros, los otros, nos describe un mundo totalmente socialista, dentro de mil años, con una transparencia en los comportamientos que permite el control permanente. Las casas, por ejemplo, tienen paredes de vidrio, el poder se asienta en "El Benefactor" que se vale de guardianes que funcionan como ángeles de la guarda; no existe la intimidad, la correspondencia es pública, es decir está controlada por los ángeles; el día de las elecciones es denominado "El día de la unanimidad" y el objetivo supremo es que los humanos lleguen a ser "tan perfectos como las máquinas".

En el siglo XX, el caudal de este tipo de utopías se ha hecho muy significativo y han recibido el nombre de utopías negativas. Nikolai Berdiaev, otro pensador ruso, resume con acierto el motivo: "Las utopías son hoy mucho más realizables que en el pasado. Y nos encontramos enfrentados a un problema incomparablemente más angustioso: ¿cómo podemos impedir su consumación?".

A esa inquietud responden Kallocain (1928) de Karin Boye (título polisémico construido en sueco, que podría traducirse como Frigocaína o Frigo-Caín), El mundo feliz (1931) de Aldous Huxley, o 1984 (1948) de George Orwell.

Las utopías positivas, ciertamente, no han desaparecido. En el mismo año 1948 en que el inglés Orwell presentaba la pesadillesca visión del Ingsoc (socialismo inglés), aparecía Walden dos, del estadounidense Burrhus Skinner, una alabanza suprema del conductismo y los condicionamientos positivos para la erección de un mundo verdaderamente feliz.

Skinner describía un mundo sin conflictos, sumamente agradable, básicamente conseguido mediante condicionamientos impresos en los humanos desde su más tierna edad. Skinner refleja como pocos el momento de gloria sin límites, sin resistencias, que su país, convertido en centro planetario, ejercía en ese momento, a poco del colapso de los centros industriales enemigos durante la reciente guerra -el Eje nipoalemán- y de la fractura decisiva de los centros industriales amigos -el Reino Unido, Francia, Holanda.

Es interesante advertir en la utopía skinneriana, con muy distintos fundamentos doctrinarios respecto de otras más clásicas, el rasgo de la más radical manipulación de los "afortunados humanos" que la habitan.
La noción de utopía plantea así diversas cuestiones problemáticas.

¿Aliada o enemiga?

Existe una contradicción: la utopía ha funcionado como aliento, proyecto, aspiración para modificar y mejorar situaciones sociales realmente injustas e inaceptables. Prácticamente todas las descripciones utópicas tienen un fuerte tono crítico, a menudo acertado e incisivo, respecto del mundo vigente.

Al mismo tiempo, la aspiración de cambio, para bien de la humanidad, parece haberse traicionado en su misma realización. Es que la utopía con su ímpetu prefigurador del porvenir no hace sino embretarlo. Por eso es tan fácil rastrear rasgos archiautoritarios en las realizaciones utópicas o en sus intentos. Charles Fourier, en muchos aspectos original y regocijante en su diseño utópico, resulta en cambio, estricto hasta la exasperación: sus falansterios -la construcción habitacional clave para su utopía- no podían tener sino 810 humanos, 405 hombres y 405 mujeres.

Análogamente, Etienne Cabet definió en Icaria, su tierra de promisión, hasta el diseño de los canteros que decorarían su utopía, con lo cual, los diversos intentos de plasmar en realidad tales sueños terminaron en trifulcas, a menudo vinculadas a las diferencias con el diseño original.
Es por eso que, a menudo, quienes deciden implantar tales "sueños" en la realidad prefieren contar con "gente sencilla" pero muy laboriosa, con jóvenes y niños aún moldeables, con muchos "Zorbas" y ningún "Sócrates".

El mundo sin utopía

La actitud utópica dista mucho de constituir la única configuración problemática. El pensamiento no utópico encierra también sus trampas. La utopía constituye un elemento alternativo a la realidad. Y como tal, es un elemento dinamizador, otorga márgenes de creatividad. Cuando el pensamiento y la acción política no da lugar a lo utópico, lo que resta es la pura positividad, lo fáctico, lo dado. Tal es la característica, por ejemplo, del mundo empresario. Un mundo que es totalmente real. Pero un mundo de realidad pura, un mundo sin alternativa, un mundo único, es también la antesala de la más absoluta tiranía. El pensamiento conservador no necesita nada "fuera de la realidad", porque ésta lo satisface tal cual es.

Esta diferencia es sustancial: en tanto el actor cargado de utopía puede confrontar su acción con su valer y ello puede introducir una contradicción en su universo de conocimientos y sentimientos. El actor que carece de toda carga utópica no necesita pasar por la contradicción entre sus postulados y la realidad que construye; su mundo puede ser elaborado ad infinitum sin el menor sentido crítico.

*Publicado en La Guía del Mundo 1999-2000

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