Los rayos del sol naciente se precipitaron al aposento por la ventana.
En la oficina del departamento de ingeniería mecánica de la universidad, Jung Kang, secretario de la organización del Partido Comunista en el departamento, examino los formularios de ingreso de los jóvenes recién llegados de entre las filas obreras y campesinas. Su delgado rostro se ilumino con una sonrisa.
¿Chao Ping-Chiang? Jung levantó la ceja. Ese nombre le era familiar. La foto adjunta al formulario mostraba a un hombre en sus treintas, de frente amplia, aire serio y con una implacable determinación dibujada en los ojos. Jung tomo una larga aspirada de su cigarrillo. En la pagina dos del formulario, bajo “estudios anteriores”, leyó: “1945-1948” – Escuela Primaria de Puchiang, Shanghái.”
¿Primaria de Puchiang? El corazón de Jung dio un salto. ¿Chao Ping-Chiang? ¡Claro que era el! ¡Había venido Chao! Jung se levanto violentamente. Emocionado, desabrocho su chaqueta, camino hacia la ventana y la abrió, Era un día soleado y con una brisa refrescante, pero Jung pensaba en otro día muy distinto, un día de veintidós años atrás.
Caía la nieve crepuscular. El joven maestro Jung Kang y su estudiante Chao Ping-Chiang, de doce años, caminaban a orillas del rio Juangpu, entre los dientes de la tormenta.
Aquella mañana una muchedumbre se había reunido frente al boletín mural de la escuela para discutir animadamente un anuncio. Aunque parado sobre la punta de los pies, desde la ultima fila el pequeño y delgado Chao no pudo leer sino unas cuantas líneas: “Profesor Jung Kang… ha creado descontento entre los estudiantes…”
Las palabras lo impactaron como un rayo. Tuvo un ominoso pensamiento. No necesito leer más. Contemplo a los iracundos estudiantes que lo rodeaban, muchos como él provenientes de familias de trabajadores. Agito el brazo.
“Vengan, vamos a ver al director sobre este asunto”.
“Vamos todos juntos”. Los estudiantes siguieron a Chao y penetraron en la oficina del director. Chao se plantó delante del burócrata reaccionario.
“No tiene usted motivo alguno para despedir al profesor Jung.”
“Así es”. Todos los estudiantes gritaron al mismo tiempo. “El profesor Jung debe quedarse”.
El rostro del director se amorató. Golpeo su escritorio. “esto es rebelión,” chilló. “Puedo hacer que expulsen hasta el ultimo de ustedes, rapaces pobretones.”
“No nos asusta.” Chao se sentía a punto de estallar. “No queremos quedarnos en una institución como esta.”
Aquella tarde apareció, con la tinta fresca aún, otro anuncio sobre el boletín – expulsados.
Mas tarde, paseando con Jung por las márgenes del rio, Chao pudo oír en la distancia los tonos asordinados de la campana escolar tañendo en la distancia.
Se detuvo y miro atrás, hacia el tembloroso arco de entrada que ahora sufría los embates de una tempestad de nieve. A través de sus labios marcados por la iracunda presión de sus dientes, exclamó: “¡Instituciones Educativas! ¡Valiente cosa! ¡Jamás volveré a la escuela!”
“No Chao, no digas eso.” Jung sentía gran afecto por este muchacho al que la adversidad había provisto de una madurez demasiado precoz. “Llegará el día en que nos encontremos en una escuela nuestra.”
“¿Nuestra propia escuela?” Los ojos del muchacho se encendieron.
Aullaba un torbellino de nieve…
Jung abandonó su ensueño con un largo suspiro.
Con creciente excitación miró su reloj: era casi la hora para la gran reunión de bienvenida a los nuevos estudiantes. Al ordenar apresuradamente el alto de formularios de entrada observó casualmente un comentario escrito sobre el de Chao: “Situación política actual: comunista. Cargo que desempeña en la actualidad: miembro del comité permanente del comité revolucionario de la fábrica.”
Papeles de diversos colores, cubiertos de lemas, adornaban las paredes, dando al salón de asambleas un aire festivo. Entre el estrépito de los timbales, el rugido de los tambores y el griterío de los lemas podía oírse aun los aplausos y las risas.
Un joven soldado del Ejercito Popular de Liberación, con una estrella roja sobre el gorro y rombos rojos sobre el cuello de la chaqueta, se dirigió a los reunidos. Lo siguió una comunera en sandalias de paja y sobrero cónico que le caía sobre la espalda.
El camarada que presidia la reunión anunció: “a Continuación damos la palabra a Chao Ping-Chiang, representante de los trabajadores y nuevo estudiante del departamento de ingeniería mecánica”.
Jung miro con atención, conmovido por el sonido de ese nombre familiar.
Entre estrepitosos aplausos, tomó la plataforma de los oradores un joven de espaldas anchas y andar enérgico. Jung contempló fijamente: no quedaba huella del niño delgaducho de veintidós años atrás.
El hombre era grande y robusto.
Chao permaneció con una mano apoyada en el atril y la otra sobre el micrófono. Su corazón latía con fuerza. Durante años la palabra “escuela”, o incluso la visión de alguna puerta de escuela, había despertado en él complejas emociones.
“Camaradas,” comenzó. “Yo entre por primera vez a esta universidad hace ocho años.” Miro entorno suyo; los muros le parecían familiares y a la vez insólitos. Su voz temblaba un poco “Pero en menos de un año tuve que irme.”
La multitud se encrespó. Hubo un breve intercambio de comentarios, que luego se deshizo en un silencio estático. Chao se tranquilizo bebiendo un vaso de agua caliente.
“Los compañeros de la fabrica me habían despedido con bombos y platillos. Pero pocos días pasaron antes de que empezara a sentirme incomodo. Los catedráticos burgueses meneaban la cabeza juiciosamente y afirmaban que esta universidad era una “CUNA DE INGENIEROS”. Yo pensaba para mis adentros: “Si continúan así, esos bichos van a marearse y a terminar mareándonos a nosotros también. ¡Al diablo con su cháchara! Cada domingo los estudiantes-trabajadores volvíamos a las fábricas a ayudar. Cuando el jefe de nuestro departamento lo supo, se irritó. “AQUÍ FORMAMOS INGENIEROS”, dijo “USTEDES NO HACEN SINO MALGASTAR LO QUE LES ENSEÑAMOS” Y añadió, en burla: “LA CULPA ES NUESTRA POR COLOCAR FLORES ELEGANTES EN BURDOS POSTES.”
Chao miro en torno suyo y continuó: Una noche me preparaba para mis dos últimos exámenes, que debía rendir al día siguiente. De mi fabrica me telefonearon para decir que estaban haciendo un nuevo modelo de torno, que esperaban concluir para el primero de Julio, aniversario de la fundación del Partido. Pero se habían encontrado con un obstáculo inesperado. Cuando yo y mis dos compañeros oímos eso – estábamos en el mismo dormitorio – dejamos una nota al jefe del departamento y nos apresuramos a la fábrica. No puedo expresar aquí toda la alegría que sintieron los compañeros al vernos llegar. Nos remangamos la camisa y dijimos: “Bueno, manos a la obra.” Todo el mundo ofreció sus ideas. Las discutimos, experimentamos, hicimos docenas de pruebas, trabajamos corrido hasta el medio día del día siguiente, y terminamos por vencer la dificultad. De pronto recordamos los exámenes. Mis dos compañeros y yo apuramos el paso para volver, pero ya los exámenes habían terminado.”
Toda la sala prestaba atención al relato de Chao.
Jung sintió una punzada ardiente en la mano, instintivamente la sacudió: era su cigarrillo, consumido hasta quemarle el dedo.
“Fuimos donde el jefe del departamento y le pedimos el derecho de exámenes diferidos. Nos respondió con frialdad: “Han perdido los exámenes de dos materias. Tendrán que repetir el año. Tales son las reglas.” Estábamos indignados. Un año entero, y él se mostraba tan indiferente. La displicencia con que este individuo disponía de todo nuestro año era una clara voluntad de dificultarnos la vida a nosotros, los estudiantes-trabajadores.
“lo he discutido con las autoridades de la universidad,” dijo ladinamente. “Pensamos que dado que su fabrica los necesita, pues entonces… “Soltó una risita desagradable. “Esta es una institución de enseñanza superior, no una fabrica. ¿Comprenden? Nos estaban echando a la calle.
“todo eso lo contamos a los otros estudiantes-trabajadores. Ardían de indignación. “El Presidente Mao nos envía a la universidad, y estos tipos nos expulsan. Pues ¿de quien es esta universidad?
“Nos reunimos y fuimos a discutir con las autoridades universitarias. Criticamos sus metas pedagógicas, sus materiales de enseñanza y su sistema de pruebas. Nos escucharon sudando frio, incapaces de proferir una sola palabra. Entonces salimos, enrollamos nuestra ropa de cama y dejamos la universidad. Mas tarde descubrimos que nuestro departamento no era el único lugar donde ocurrían tales cosas. Liu Shao-chi y su pandilla habían entregado a los intelectuales burgueses todo el campo de la educación.”
Los reunidos aullaban de ira. La sala se llenó de gritos de indignación.
“Camaradas,” gritó Chao, “con las esperanzas del Partido y la confianza de nuestra clase descansando sobre nuestros hombros, nosotros los obreros, los campesinos y los soldados hemos vuelto a la universidad con la cabeza en alto. Somos los sepultureros del viejo sistema educacional, los constructores de una nueva universidad de tipo socialista. El Presidente Mao ha lanzado el llamamiento de combate: “Es inadmisible que los intelectuales burgueses continúen dominando nuestras escuelas.” El nervudo brazo de Chao abatió en forma decisiva.
Las consignas volvieron a estremecer la sala.
Incluso el discreto Jung se sintió excitado. Veintidós años antes Chao había sido expulsado de la escuela primaria por un director reaccionario; ocho años antes un seguidor del camino capitalista lo había obligado a dejar la universidad. Pero hoy, en una “escuela propia”, volvían a reunirse finalmente.
Los vítores estallaban como truenos.
Aquella tarde los diversos departamentos organizaron sus propias actividades. Jung participo en una discusión de los estudiantes del departamento de ingeniería mecánica respecto de los motivos que tenían para asistir a la universidad. Muchos estudiantes hablaron, y sus palabras eran conmovedoras: “Estamos aquí por la revolución… Hemos venido para asistir a la universidad, manejar la universidad, utilizar el marxismo-leninismo-pensamiento Mao Tsetung para reformar la universidad…”
“Que poderes latentes albergan estos: obreros, campesinos y soldados,” pensó Jung. “Que enorme determinación.”
Deseaba mucho hablar con Chao. Al anochecer fue al dormitorio de Chao, pero no halló a nadie. ¿Dónde podía estar? Entonces Jung recordó que los maestros y estudiantes del departamento de ingeniería mecánica tenían una reunión de refutación a la línea revisionista en el local de la fábrica que manejaba la universidad. Cruzó los amplios jardines, en dirección del iluminado edificio de la fábrica.
Era una enorme estructura que olía a aceite. Una descomunal banderola que ocupaba todo el ancho del recinto decía: “La educación debe servir a la política proletaria, debe combinarse con el trabajo productivo.”
Treinta o cuarenta personas rodeaban una maquina resplandeciente; junto a ella hablaba un alto y fornido trabajador que agitaba los brazos para dar énfasis a sus palabras. Jung reconoció inmediatamente a Chao.
Un hombre de cabello entrecano se volvió y divisó a Jung. Quiso darle la bienvenida, pero con una sonrisa el secretario del partido le pido que no distrajera a las otras personas. Era Shu Ming, catedrático auxiliar en el departamento de ingeniería mecánica.
“El de la tarde fue un buen mitin, camaradas. Antes la educación no servía a la política proletaria, se encontraba divorciada de la labor productiva.” Chao agitó el puño. “Esta noche nosotros los del departamento de ingeniería mecánica vamos a dar, a través de nuestros actos, un golpe decisivo a la línea educacional revisionista.”
“Correcto,” grito la multitud. “Vamos a resucitar a la maquina muerta”.
“Es una trituradora cilíndrica universal que se importo,” dijo Shu Ming. “Se malogro poco después de ser instalada. Especialistas y catedráticos conferenciaron, pero ninguno tuvo valor suficiente para enfrentarse a ella. Temían no poder volver a armarla. Por lo que ha estado allí parada, en completa inutilidad, durante ocho años.”
Una chispa de alegría encendió los ojos de Jung. La resonante voz de Chao volvió a dejarse oír:
“¿Quién dice que no podemos desarmar maquinas importadas? En aquella época los estudiantes dijimos que debíamos aplicar en la práctica las teorías que estábamos aprendiendo, y que así podríamos repara la maquina. Pero los “expertos” no nos dejaron hacer la prueba.” Chao lanzó una fría mirada a la trituradora. “No tiene nada de especial. A pesar de su tamaño, la desmantelaremos, y luego la dejaremos como nueva.”
La fuerte mano de Caho palmoteo la maquina, y esta se agazapó como un caballo al que le hubieran quebrado el alma.
“Varios catedráticos han venido esta noche. Eso nos da una buena oportunidad de ir aprendiendo alguna teoría en el curso de la practica.”
“Correcto.” Los catedráticos y los estudiantes aplaudieron. Casi todos eran recién llegados, pero ya un vínculo común los unía intelectual y emocionalmente.
“Aunque esta llamada “cuna de ingenieros” se ha mecido por muchos años,” dijo el catedrático Shu con un suspiro, “los estudiantes que criaba temían a la maquinaria importada. Pero los de hoy…” “… son estudiantes de una nueva universidad de tipo socialista,” interrumpió Jung, con la voz llena de orgullo.
Todas las miradas se posaron sobre él. Varios catedráticos que lo reconocieron dijeron: “Así que también usted ha venido, secretario Jung,”
Los nuevos estudiantes se apiñaron en torno de el. Chao avanzo y se estrecho la mano con ternura. “Quisimos invitarlo a la reunión, secretario Jung,” dijo, “pero no pude hallarlo.”
Jung sonrió y asintió con la cabeza. Por un instante no supo que decir. El contacto de la callosa mano de Chao lo emocionaba profundamente. Lo recordaba de muchacho, con la cabeza testarudamente en alto y los ojos encendidos de ira. Ahora era un hombre joven que atacaba con furia a los seguidores del camino capitalista.
“Esta es la segunda vez que el camarada Chao ingresa a la escuela,” empezó diciendo el catedrático Shu.
“No la segunda,” corrigió Jung con una sonrisa, “la tercera.” Se volvió hacia Chao. “¿No es así?
“Si. En efecto,” asintió sorprendido Chao.
“La primera vez fue en la Escuela Primaria de Puchiang,” continuo diciendo Jung. “El cuarto año dirigió un fuerte protesta en la oficina del director.”
Los recuerdos se agolparon en la mente de Chao.
“Pero secretario, ¿Cómo es que sabe tantas cosas acerca de mi?” indago sorprendido.
Con su mano derecha aún sosteniendo la de Chao, Jung posó la izquierda sobre el hombro del muchacho.
“¿Recuerdas lo que te dijo entonces uno de tus maestros?” pregunto con voz conmovida. “Llegara el día en que nos encontremos en una escuela nuestra…”
Chao empezó a comprender. “¡Tu fuiste mi maestro Jung Kang! Grito con júbilo y sorpresa.
Jung sonrió. Le brillaban los ojos.
Se estrecharon ambas manos en silencio. La reunión había sido inesperada. ¿Qué podían decir para expresar sus emociones?
Chao era duro. Dos veces había sido arrojado de la escuela sin soltar una lágrima. Pero ahora sus ojos se humedecieron y volvieron lentamente hacia el retrato del Presidente Mao que había sobre la pared. La ternura lo baño de la cabeza a los pies.
“En efecto nos encontramos en una escuela nuestra,” dijo. “El presidente Mao me ha dado el derecho a volver a la escuela por tercera vez.”
“Las escuelas siempre serán nuestras,” dijo Jung.
Sobre la puerta de la universidad se elevaba orgullosamente el gran arco. Sobre él una fila de banderas, rojas como fuego a la luz de las bombillas eléctricas, flameaba en la noche.
A proposito de la igualdad en el voto y la participacion directa del pueblo sin discriminacion de ninguna especie que lleve al fortalecimeinto del Plan de Desarrollo Local ajustado al Plan Nacional de Desarrollo.
Por una entrega de cuentas claras en igualdad de condiciones
“Este reimpulso del Gobierno, debe llegar a sus escalones intermedios y a los escalones municipales, para fundar el estado nuevo para el socialismo bolivariano”
“Tenemos que ser eficaces, tenemos que hacer las cosas y hacerlas bien. Debemos tener eficiencia en el Gobierno. Levantemos la eficiencia, seamos eficientes para esto se requiere mucho método, mucha planificación”
“Debemos planificar al detalle pero debemos vigilar que se cumpla y para ello debemos tener compromiso, y una alta calidad revolucionaria y socialista en lo teórico y lo práctico”
Hugo Rafael Chavez Frías.
Instalación del II Consejo Ampliado de Ministros.
Taki: Aporte informativo solidario ->clpptachira@gmail.com
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